domingo, 13 de diciembre de 2009

60 cuentos para picotear


Me
gusta leer picoteando. Es algo así como comer “de tapas” o “de pintxos”.
Yo suelo comer de tapas cuando viajo, que es la mejor forma de tener la mente despejada y el estómago ligero. En los viajes también leo de tapas, y para conseguirlo nada como los microcuentos; por ejemplo, los de Juanjo Abollado, que ha elegido 60 de los suyos y acaba de publicarlos con unas espléndidas ilustraciones de 5 dibujantes. (1)

Cada cuento de Abollado tiene 20 líneas. O sea, seis líneas más que un soneto estándar. Los cuentos de Juancho no son poemas, pero tienen un no sé qué lírico, melancólico y humorístico que los hace encantadores. Yo aún no he terminado el libro (no es bueno abusar del tapeo), pero copiaré aquí un cuento; ni siquiera es el mejor, pero, quién sabe por qué, me ha recordado a un amigo que un día…



Nadie de nada

Un día me miré al espejo y me dije atónito: “¡vaya! ¡Ahí no hay nadie! Pero, ¡yo soy!” Me palpé de arriba abajo. Nadie. Me busqué en el reflejo de los charcos, en el destello de los ríos, en la emisión de los cristales. Nadie. Intenté recuperar mis recuerdos, ser algo, siquiera, en la nada; fingir que era alguien aun siendo nadie, vencer la impotencia de no poder sentir el calor de la chimenea o el desliz de la brisa de la calle. Visité a mis mejores amigos y les perdoné sus más de mil traiciones. Nada. No sirvió de nada. Redimí mis pecados más inconfesables, soporté al vecino insoportable, me bañé en el mismo mar de ilusiones donde se asean los pobres de espíritu. Creí en un ser superior y fui el más humilde de los hombres. Abracé a mis hijos como nunca hasta el momento y les di mis proyectos, descubriendo la belleza de sus baúles de secretos. Sorteé los abismos del poder y repartí mis bienes entre los más miserables de la tierra. Me curtí de experiencias ancestrales echando flores a mis padres, recogiendo sus ejemplos y dando brillo a los reflejos que dejaron.

Otro día, esperanzado ante mi evolución, regresé a descubrir al menos una cana solitaria frente al espejo de hacía meses. “¡Vaya, ahí no hay ni nadie!” Me di cuenta de que, a pesar de los cambios, éstos habían llegado demasiado tarde. El mundo no quiso perdonarme a tiempo.

Desde entonces, vivo escondido en un halo de esperanza, aguardando que una brisa de la tarde sorprenda a los que digan mi nombre y me lleve el sonido de su palabra hasta mi infinito de intenciones. O al menos, unos labios tropiecen con los míos y, en un roce, me devuelvan a la vida con un beso de amor.

(1) En esta página encontraréis toda la información sobre el libro

8 comentarios:

Isa dijo...

Me ha encantado; voy a tener que hojear ese libro...me ha parecido muy poético y profundo.

Anónimo dijo...

Don Enrique, te leo desde hace años pero nunca me decidí a enviarte mil gracias. Este cuentos es sobrecogedor. Muchas gracias por tu aportación. Sin duda, mañana me lo compro.

Fran

Anónimo dijo...

Fantástico!!! Sobre todo ese estilo tan personal de este nuevo escritor. Maravilloso de verdad

Lucía Etxebarría

Anónimo dijo...

Tuve la suerte de conocerle hace 15 días. Aún no lo he leído, solo un cuento que me enseñó. Su autor es entrañable, profundo y algo loco; supongo que como su libro...

Anónimo dijo...

Holas soy Teresa Hernández, Coordinadora de la Asociación María Salvadora de Lima.
Recientemente pude conversar con Juancho Abollado pues vino muy generosamente a nuestro Centro de Escucha en la calle Serrano de Madrid. Nos dedicó la lectura de 3 de sus cuentos y nos emocionó su arte y profundidad. Por lo que sólo podré decir de su persona y de su libro que son un verdadero regalo de Dios. Espero que la gente lo aproveche. Mi sincera felicitación a todos por tenerlo cerca en España.

Anónimo dijo...

Dice su página web que es un bonito regalo de Navidad.
después d eleer el cuento de Marisa y el Otoño estoy segura de ello. Embaucador!!!!

Rosaura Palacios (Derio-Bilbao)

Anónimo dijo...

Muy buen cuento!!!

Esteban de la Rúa dijo...

BUEN LIBRO!!!