2 de octubre

¿Sólo un aniversario?

Es mucho más que eso. Han pasado 83 años y yo estaba allí, en aquella pequeña habitación. Lo recuerdo muy bien. Eran las 10 de la mañana. El Padre dejó sus papeles sobre un antiguo escritorio de madera oscura; eran pequeñas fichas con anotaciones muy breves, casi esquemáticas, de lo que había visto y oído en su oración personal a lo largo de los últimos años. El Ángel Custodio, discretamente, las fue ordenando sin que Josemaría se diera cuenta, como si fuesen fragmentos de un rompecabezas que se iba componiendo solo. El Padre volvió a leerlas despacio desde la primera a la última. Se quitó las gafas; se cubrió los ojos con las palmas de las manos, cayó de rodillas y comenzó a llorar.

El repique de unas campanas llenó por completo la habitación. De pronto me encontré rodeado de ángeles, y me permitieron ver por un segundo todo lo que vio aquel joven sacerdote. Dios hacía cómplice de sus sueños a un hombre con un corazón capaz de entenderlos y de convertirlos en vida.

―Tenía 26 años, gracia de Dios, buen humor. Y nada más ―explicó más adelante―.

En ese nada más estaba su secreto. Si hubiese tenido algo ―dinero, posición social, medios humanos― la Obra no habría sido de Dios.

Mientras el joven sacerdote repetía su sí, la Virgen María le abrazaba.