miércoles, 23 de diciembre de 2009

Las etiquetas


No me había hecho muchas ilusiones sobre las virtudes literarias de aquella novela policiaca. En el fondo sólo aspiraba a descubrir al asesino antes que el detective; pero tropecé con el escollo de la primera frase: “el comisario vestía un traje de seiscientos dólares.”

No se me ocurre un recurso más pobre para explicar las características de una indumentaria; pero es costumbre en la literatura norteamericana de consumo describir el abrigo o los guantes de los personajes por el procedimiento de colgarles el precio. Los escritores españoles aún no han caído en el mismo tópico. Entre nosotros el punto de referencia no es el euro, sino la etiqueta.

En otros tiempos las etiquetas solían ocultarse en el forro de las prendas de vestir; sólo los horteras fumaban puros con la vitola al aire. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos de XXI, los comerciantes han conseguido que los ciudadanos hagamos propaganda gratuita de sus productos. Es más, pagamos con gusto un suplemento con tal de que nos permitan desplegar en la solapa, en el bolsillo trasero del pantalón o en el parabrisas del coche, el logotipo y el nombre de su acreditada firma. No sé cómo hemos llegado a semejante estado de mentecatez colectiva, pero los consumidores soñamos con ser hombres anuncio de Loewe, Ray-ban o Mercedes Benz. Es nuestra forma de decir que tenemos buen gusto, que somos ricos y que nos hemos gastado una pasta.

Hace años tuve que comprarme un automóvil. Imagino que para el común de los mortales no se trata de un acontecimiento insólito, pero para mí era una experiencia nueva y excitante. Un fogoso concesionario me explicó las ventajas del modelo que había elegido y a punto estaba de entregarme las llaves, cuando recordó que aún faltaba un pequeño detalle.

Entró en su despacho, sacó una pegatina de tamaño regular, y se dispuso a adherirla al cristal trasero del vehículo. Se afirmaba allí que el mío era coche del año en Europa y que combinaba la técnica y la belleza al servicio del confort, o algo así.

­—Supongo -le dije- que me harán descuento por llevar ese anuncio.

—Je, je…

—Hablo en serio: ¿no pretenderá usted que vaya por la vía pública haciéndole publicidad completamente gratis?

Mi interlocutor, convencido de que yo era bobo, se apresuró a explicarme lleno de paciencia que aquel letrero me prestigiaba. Le supliqué que me desprestigiase al instante.

A bordo de aquel mismo coche llegué una mañana de enero al cole donde trabajaba por entonces. Las niñas acababan de volver de las vacaciones de Navidad.

—A ver, Rebeca, ¿qué te han traído los reyes?

Para hablar con Rebeca —un insecto de cuatro o cinco años (ahora ya tiene 17)— tenía que doblar el espinazo.

-Un babour, una barbie, un burberry azul, unos Power Rangers…

Me enderecé abrumado. Para que luego digan que no ha progresado la enseñanza del inglés.
* * *

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—De la crisis, querido Kloster. ¿De qué si no? Siempre hablamos de la crisis.

El caso es que yo había puesto algunas esperanzas en la crisis económica mundial, acrecentada en España por nuestro benemérito gobierno; pero se ve que no tenemos arreglo. Mi primer paseo por Gijón me ha convencido de que las etiquetas molan cada día más, que el personal, al grito de un día es un día, se lanza con entusiasmo sobre las etiquetas como si el gordo hubiese caído sobre nuestras cabezas.

No temáis; no me apetece nada capitanear una cruzada contra esas etiquetas-banderín, pero sería estupendo ahorrar unos eurillos privándonos de ese capricho y contribuir con algo más que calderilla al puchero, siempre agujereado, de los pobres. Estamos en Navidad. ¿No os parece?

Además espantaremos ese efluvio hortera de nuevos ricos que desprenden algunas etiquetas la mar de distinguidas.

7 comentarios:

chon dijo...

Sepa que su ejemplo sirve y mucho. Lo primero que se me ocurre ahora es en el tema de la limosna. Trato de mirar a los ojos y sonreir un poco. Todavía no me atrevo a decir nada (o casi nada; además una vez que lo intenté me salió fatal).

Me ayuda pensar que al Final la pregunta será: ¿Cuanto amaste?

ann dijo...

Yo creo que la mejor etiqueta que podemos llevar es esa que cuelga de nuestro corazon, y solo la ve Nuestro Señor. Los demas la adivinaran por nuestro comportamiento.

Gracias, por que de cada entrada podemos hacer oracion.

Isa dijo...

Tiene toda al razón, auqneu yo soy la primera que a veces caigo por la marca.
También tengo que alegar que detrás de la marca va la buena calidad...casi siempre...Pero nunca viene mal ahorrar, cierto, cierto...

Almudena dijo...

De acuerdo de la primera a la última letra.

Gonzalo GY dijo...

Una entrada redonda.

Gracias.

maria dijo...

¡ Que deleite para el "ego" coincidir puntos y comas con una persona tan inteligente como usted.
Sólo me queda convencer a los mios y decirles que eso con lo que soy tan pesada està ratificado. Y a continuación un acto de contricción, por aquello de:"Veis, como yo tenía razón."

Anónimo dijo...

Una cosa es "comprar de marca" (el que pueda, cuando pueda, en lo que pueda... y merezca la pena); y otra muy distinta convertirse en hombre anuncio para que todos vean que vestimos tal marca o tal otra.
La estupidez humana no tiene limites.